5 ago 2009
Estoy de turismo por alguna ciudad europea y me encuentro en la plaza principal de dicha ciudad. Hay mucha gente pasando de un lado para otro y se pueden oír sus murmullos y el canto de los pájaros. Observando la plaza, me doy cuenta de que hay unos hermosos carruajes tirados por leones. Esos animales eran preciosos y además inofensivos. Los niños jugaban con ellos y los abrazaban. Me acerco para tocar alguno y puedo ver al fondo una cascada cuya agua, al caer, formaba escalones. Sigo caminando cuando mi madre me sujeta fuerte del brazo y me dice: “Por favor, no lo hagas”. Yo la miro a los ojos y le contesto: “Tengo que hacerlo, mamá. No tengo otra opción”. Entonces me meto en un agujero que hay en el suelo y voy descendiendo hasta pisar el fondo. Allí debajo había mucha más gente y me decían todos a la vez que allí se estaba muy bien, pero que les preocupaban los de arriba.
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