14 jul 2009

Me ecuentro en una barca viendo acercarse una gigantesca ballena de jade como saliendo del muelle de un puerto. Una voz como de narrador de noticias dice que es una antigua nave, joya de la corona de la antigua Persia. La inmensa ballena de piedra tallada se abre como una tapa y deja ver en su interior un enorme buque rectangular formado por cientos de pequeños compartimentos cuadrados abiertos al exterior, por los que asoman personas.
En la cubierta superior hay un pasillo corrido sin barandilla a lo largo de todo el perímetro del buque en el que hay una fila de personas de todas las edades de espaldas al mar, frente a otra fila de personas con pistolas apuntándoles metidas en pequeños compartimentos. Es como un gran barco en el que se realizan antiguos rituales de juegos de azar, una especie de ruleta rusa. De vez en cuando van sonando disparos y algunos de los que están en el borde caen al agua.
Veo que mi hijo pequeño está en una esquina de la fila y pienso que no es bueno que esté viendo eso. Empiezo a gritar llamándolo para que deje de mirar, cuando veo que también le están apuntando. Lo veo desde mi barca, muy por debajo del enorme buque. Desesperado, grito su nombre para que me oiga y salga de allí. Al fin me oye y se inclina echándome los brazos para que pueda cogerlo. Pienso que ya ha decidido no seguir el juego y se ha salvado viniendo conmigo.

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