15 ene 2010
Voy a la tienda de Bellas Artes que está cerca de casa con la intención de hacerle una propuesta al tendero.“Te doy este dibujo mío a cambio de un lienzo en blanco”- pensaba decirle. Cuando llego habían muchos clientes, por lo que me daba vergüenza ponerlo en esa situación delante de todos. Después ellos harían lo mismo y el pobre se arruinaría (seguía pensando). Cuando llega mi turno, J. el tendero comienza a sacarme un montón de colores raros, recuerdo en especial un rojo muy intenso, precioso, pero demasiado líquido, como si fuera mercurocromo por la textura acuosa, no por el color. Era un rojo más oscuro, con una ligera tonalidad morada, como un vino tinto, pero más transparente. Después nos olvidamos de los colores y comenzamos a charlar (J., los demás clientes y yo). Incluso nos sentamos todos en el mostrador como si fuéramos adolescentes y comenzamos a filosofar. Uno de los clientes estaba a mi lado, pero no encima del mostrador sino de pie en el suelo. Éste se pone a hablar de su sobrina que acababa de cumplir 17 años y cuyos padres no dejaban salir con sus amigas a bailar o cosas de ese estilo. Yo le doy mi opinión diciendo que eso no estaba bien, que los padres podían aconsejarle buenas conductas, hablar con ella con franqueza diciendo lo que está bien y lo que está mal, pero nunca privarla de divertirse y conocer el mundo, ya que tarde o temprano se le vendría encima y peor si llegaba de golpe y porrazo. Prosigo diciendo que se suponía que ellos conocerían bien a su hija y que si ella no era muy influenciable no tendría por qué haber problemas, pues si las amigas se metían en algo peligroso ella no accedería fácilmente. Mientras voy diciendo todo esto miro a los demás para ver sus reacciones, buscando quizá alguna complicidad con ellos. Todos parecían estar de acuerdo conmigo, porque asentían con la cabeza como autómatas. Después de la charla comenzamos a bajar del mostrador. Muchos se despiden y van saliendo mientras que en la tienda sólo quedamos J., el cliente de la sobrina y yo. J. saca un vaso y empieza a preparar un mejunje extraño y me explica cómo se prepara: “echas alcohol de 90º, después tienes que sacarte agua del pecho...” y mientras dice esto veo que vierte un líquido rojo en el vaso, casi segura de que era sangre. Con los ojos como platos repito: “¿agua del pecho?, ¿y cómo es eso?”. J. y el cliente empiezan a reírse a carcajadas como burlándose de mí. J. me dice: “tómatelo, esta bebida se llama Stigmata”. Yo asustada me echo para atrás y digo que no. Ellos entonces cogen un vaso cada uno y se lo beben de un tirón. Todavía con el líquido en la boca sonríen (mofletes hinchados y labios apretados para que no saliera el líquido) mientras me miran con cara burlona.
14 ene 2010
Estoy arreglando la casa cuando de pronto empiezo a sentirme mal, mareada y con ganas de vomitar. Mi marido me lleva al médico y estoy tumbada llena de aparatos por todos lados que usarán para examinarme. De repente estamos en casa otra vez y le digo a mi esposo que estoy embarazada. Me siento muy feliz. Él me abraza casi llorando de alegría, porque era algo que buscábamos hacía varios años. Enseguida me veo con un bebé entre mis brazos, un bebé precioso. Y lo que sentía al mirarlo y abrazarlo no puedo explicarlo. Era una felicidad tan grande que no me cabía en el pecho y sólo podía llorar mientras sonreía. Recuerdo que mi bebé tenía los ojos azules y ni yo ni mi marido los tenemos de ese color, los tenemos marrones. Entonces yo bromeaba con mi marido como que el niño no era de él y él fingía enojarse, pero ambos sabíamos que el niño era de los dos. Entonces yo contaba a la gente que mis padres me habían dicho que yo nací también con los ojos azules y que después se fueron oscureciendo y cambiando de color. Después me pongo a pensar que el niño había nacido muy pronto. Saco la cuenta de que el bebé no había estado en mi vientre ni cuatro meses y entonces veo que era imposible. Le digo a mi esposo que cómo era posible que el bebé haya nacido tan grande y hermoso con tan poco tiempo de gestación. Él sólo se encogía de hombros y no sabía darme una respuesta. Voy a buscar a mi bebé y no lo encuentro por ninguna parte. Empiezo a desesperarme y a gritar que dónde está... busco como loca por toda la casa y veo a mi padre que está en la cocina y le pregunto desesperada. Me dice: “¿tu bebé?, se te cayó ahí en la bici estática”. Entonces voy corriendo como loca a buscarlo y veo un conejito de peluche tirado en el suelo. Me arrodillo y lo abrazo y lo beso y lloro de alegría de haberlo encontrado. Pero entonces me doy cuenta de que el bebé había estado todo el tiempo en mi imaginación y que todos me habían seguido la corriente. Me sentía indignada y me decía a mí misma que estaba loca, que nunca tendría hijos y que todos me odiaban por no haberme abierto antes los ojos. La misma sensación de angustia permaneció en mí muchas horas después de haber despertado.
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