18 dic 2009

En una gran sala oscura, están operando a alguien con el tórax abierto, cuando llega a otra mesa una urgencia con un infarto. Todos van hacia el nuevo paciente excepto un cirujano que yo conozco y su ayudante. Me acerco a ellos por si necesitan ayuda, y veo que el paciente, cuya cabeza estaba fuera de la mesa y se apoyaba en otra pequeña que había cerca, tenía un largo cuello en el que hacía un fuerte relieve la columna cervical torcida y desplazada por la mala posición de apoyo. Les aviso y lo recolocan, pareciendo que todo vuelve a su sitio, aunque pienso en las consecuencias postoperatorias. Terminan y se acercan a revisar lo que han intervenido, en unos modelos anatómicos que hay en una antigua vitrina. Se ve un interior de cráneo con unos largos ligamentos que descienden por el cuello y el cirujano nos muestra a la ayudante y a mí uno de ellos. Me acerco después a ver al paciente que ahora es una serpiente de mar, una morena, metida en un acuario cuadrado y muy plano. Al acercarme, salta mordiéndome, intento quitármela pero es escurridiza y se retuerce. Al final la lanzo al suelo, pero como un gato sigue saltando sobre mí y mordiéndome sucesivamente. Finalmente la arrojo, ya en forma de gato, cerca de una ventana semiabierta, por la que huye. La ayudante, que ahora es también un gato, sale tras ella y se oyen fuera los maullidos de pelea.

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